catapulta

Se documenta por primera vez, con la acepción 'máquina bélica de asedio usada para lanzar piedras o flechas', en 1536, en el Tratado de Re Militari, de Diego de Salazar, donde ya se presenta como un arma que utilizaban los antiguos. Esta pertenencia a una época pasada se refleja también en el artículo que se dedica a este vocablo en el Diccionario de Autoridades, en 1729, donde se define como "máchina ó instrumento de que usaron los antiguos en la guerra para arrojar piedras y lanzar saétas grandes". En el siglo XIX la palabra experimenta la actuación de la metáfora; así, con la acepción de 'persona, idea u objeto que se utiliza para derribar, figuradamente, a otro considerado opuesto o contrario', se atestigua desde 1878, en un artículo de C. Gimeno publicado en Cádiz. Los avances en el campo de la aviación provocarán una reactivación en el uso de la palabra que, con la acepción 'dispositivo para impulsar aviones que permite su despegue en plataformas de barcos u otros espacios reducidos', se registra desde 1914, en un artículo publicado en Caras y Caretas (Buenos Aires); este nuevo valor se consigna en el DRAE de 1970. Esta nueva acepción dio lugar a otra figurada: 'hecho que impulsa de manera decisiva el desarrollo de otro', registrada en 1949, en un artículo de J. Calvo-Sotelo publicado en el ABC (Madrid), con el título "En el camino de Viena".