Pronunciación y elocución

Elocución

La intensidad

  1. Cuando pronunciamos un enunciado, podemos hacerlo con mayor o menor fuerza, esto es, elevando más o menos la voz. El resultado es que los oyentes perciben el mensaje con más o menos intensidad, o, para expresarlo en términos familiares, con un volumen más alto o más bajo. Así pues, la intensidad es la fuerza, el volumen, con que se pronuncia un sonido o un enunciado, y está relacionada con el grado de esfuerzo articulatorio que se realiza al hablar. Al igual que sucede con los otros aspectos determinantes de la calidad de la elocución, las variaciones en la intensidad —combinadas con los cambios en la velocidad (➤ P-29) y en la entonación (➤ P-83)— comportan una gran diversidad de significados, vinculados con la caracterización del propio hablante y de su personalidad, con su estrato social, con su cultura, con su actividad laboral, con sus emociones y con el contenido del mensaje que transmite.
  2. La medición de la intensidad. La intensidad se mide en decibelios (dB). El nivel conversacional estándar se mueve en torno a una intensidad de 50 dB, pero este es un rasgo claramente sujeto a condicionamientos de variado tipo. Por ejemplo, en los estratos socioculturales bajos, es más habitual hablar «gritando»; igualmente, se acostumbra a subir el volumen cuando se pretende persuadir o provocar reacciones emotivas en el interlocutor o en la audiencia (debates, discursos políticos, ciertos eslóganes publicitarios, etc.). Por el contrario, para marcar los incisos y las aclaraciones, se baja la voz sistemáticamente.

    No puede hablarse de valores absolutos de la intensidad: estos varían en función de una gran diversidad de situaciones y circunstancias.

  3. La intensidad del habla como rasgo cultural. Las diferencias en el valor medio de la intensidad con la que se habla pueden dar lugar a malentendidos entre personas de distintos orígenes si no disponen de apoyo visual (que permita comprobar los movimientos faciales que acompañan al habla y, en el mejor de los casos, deshacen los equívocos). Por lo que se refiere al español, se señala a menudo la divergencia entre los hábitos de sus hablantes europeos —que gritan más y sobrepasan con frecuencia los 50 dB— y los de sus hablantes americanos —que suelen moverse en rangos inferiores de intensidad—. En palabras del poeta León Felipe, los españoles hablan «a grito herido».

    A pesar de que parezca ser un rasgo consustancial —no solo al hablante español, sino más bien al mediterráneo—, conviene recordar que el empleo cotidiano y generalizado de una intensidad elevada es considerado especialmente descortés por los hablantes procedentes de otras culturas y, por ello, conviene evitarlo.

  4. Efectos de las alteraciones en la intensidad:
    1. Intensidad demasiado elevada. Una intensidad demasiado alta aplicada a un determinado enunciado puede generar en el oyente diversas interpretaciones:
      • Puede producir la impresión de rudeza o vulgaridad.
      • Se puede entender como un recurso para no ceder el turno de palabra en una conversación y acaparar la atención en exclusiva.
      • Centra sistemáticamente la atención en el fragmento concreto en el que se vea incrementada, tanto si los efectos son positivos como negativos, deseados o indeseados.
      • Como regla general, transmite sensaciones de alegría, enojo, excitación, pero puede también reflejar agresividad. En estos casos, suele asociarse con una mayor rapidez en el habla.
      • Deja traslucir cierto grado de tensión y falta de sosiego en el hablante.
    2. Intensidad demasiado débil. Cuando se imprime menor volumen al habla, los efectos en el oyente son los opuestos a los del caso anterior:
      • Combinado con una escasa velocidad, pone de manifiesto emociones puntuales o estados de ánimo negativos del hablante, como la tristeza o la depresión.
      • Junto con una menor velocidad de habla, puede provocar aburrimiento o tedio en el oyente.
      • Si el descenso se va produciendo a lo largo del enunciado hasta llegar a su final, este induce al interlocutor a pensar que se está dispuesto a ceder el turno de palabra, aunque no sea así.
      • Dificulta la percepción de los mensajes y puede reducir su inteligibilidad.

    El buen orador, o simplemente el hablante con dominio de la lengua, debería tener presentes los significados y las asociaciones aquí expuestos, que son, en líneas generales, de validez universal.

  5. La intensidad en los medios orales de comunicación:
    1. Adecuación al tema y al momento. La intensidad con la que se modula la locución radiofónica o televisiva debería adaptarse al tema y al momento en el que se lleve a cabo la emisión. Así, por ejemplo, en un informativo, parece lógico imprimir un mayor volumen a las noticias que entrañan mayor tensión, son positivas y se emiten a lo largo del día que a aquellas otras que recogen acontecimientos o hechos más sosegados o más negativos, y se transmiten durante la noche.
    2. Graduación de las modificaciones. Cuando se tiene un micrófono delante, es fundamental saber graduar la intensidad. Si es demasiado elevada, el sonido se saturará; si desciende en exceso, no se podrá apreciar la cualidad de la voz. Así pues, el profesional de los medios ha de ser muy cuidadoso sobre el cómo, el cuándo y el cuánto alterarla. Por ejemplo, el aumento del volumen es siempre un recurso disponible para incrementar el énfasis que se quiera conceder a un enunciado, sea este del tipo que sea. Conviene, sin embargo, no abusar de su empleo si se quiere evitar producir una impresión de griterío.
    3. Correspondencia con la puntuación. Una modificación de la intensidad aparece en ocasiones como correlato de un signo ortográfico de puntación; es decir, un locutor puede poner de manifiesto, en la lectura, la presencia de un punto o de una coma en un texto no solo realizando una pausa o una inflexión del tono, como suele ser más habitual (➤ P-46 y P-76), sino introduciendo un descenso en el volumen, o a veces combinando entre sí todos estos recursos.
  6. Recomendaciones generales con respecto a la intensidad:
    1. Conviene aprender a regular la intensidad y a servirse de ella teniendo en cuenta todos los significados que su fluctuación lleva aparejados.
    2. Más en concreto, la intensidad es un parámetro vinculado a connotaciones de carácter sociocultural, que inciden en la imagen proyectada por el hablante. Este, por tanto, debe cuidar especialmente no cometer errores que lo vinculen a estereotipos negativos.
    3. Las fluctuaciones que se impriman al volumen de la voz han de mantenerse, a lo largo de todos los enunciados, dentro de un rango que permita la audición y, al tiempo, no resulte molesto para la audiencia.
     

    Real Academia Española y Asociación de Academias de la Lengua Española:
    Libro de estilo de la lengua española [en línea], https://www.rae.es/libro-estilo-lengua-española/la-intensidad. [Consulta: 30/06/2024].

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